Tras la muerte de un Papa, es común oír expresiones que invitan a tener paciencia y confianza ante la elección del nuevo sucesor de San Pedro, apelando a la acción del Espíritu Santo sobre los cardenales durante el cónclave.
Así lo ha hecho, por ejemplo, el Cardenal Adalberto Martínez, Arzobispo de Asunción (Paraguay) antes de partir hacia Roma: “El Espíritu Santo pueda iluminarnos para elegir al sucesor de Pedro”.
Algo similar ha expresado el Arzobispo de Santiago de Chile, Cardenal Santiago Chomalí: “Evitemos las frivolidades pre cónclave y recemos para que el Espíritu Santo nos ilumine. Gran responsabilidad”.
La pregunta sobre cómo ejerce esa influencia el Espíritu Santo sobre el Colegio Cardenalicio —o la posibilidad de que los purpurados ignoren esa inspiración—, está presente en las tertulias mediáticas y redes sociales, a veces con tono encendido.
Una “chispa” que se propaga por los pasillos vaticanos
En 1997, el Cardenal Joseph Ratzinger, entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, explicó en la televisión de Baviera que el Paráclito “actúa como un buen maestro, que deja mucho espacio, mucha libertad, sin abandonarnos”. Y añadió: “No es que dicte el candidato por el que hay que votar. Probablemente, la única garantía que ofrece es que nosotros no arruinemos totalmente las cosas”.
Unos años antes, en 1985, el mismo Cardenal Ratzinger —recuerda Eduard Habsburg, embajador de Hungría ante la Santa Sede— dijo que las Congregaciones Generales son “muy importantes” para el cónclave, porque aquí los cardenales “discuten libremente todo lo relacionado con la Iglesia”.
“Observas y escuchas. Luego, recibes una chispa. Y después, esta chispa se propaga en los sombríos pasillos del Vaticano», comentó el purpurado, quien se convertiría años más tarde en el Papa Benedicto XVI.
“El Espíritu Santo no habla dictando al elector”
El P. Eduardo Toraño, director del Instituto Superior de Ciencias Religiosas de la Universidad Eclesiástica San Dámaso y asesor espiritual nacional de la Renovación Carismática Católica Española, explicó a ACI Prensa que “se puede escuchar al Espíritu Santo, pero para ello bien se requiere un corazón puro que busque la verdad y el bien, evitando los intereses personales, partidistas o ideológicos”.
Partiendo de esa base, comprendiendo que Dios habla de muchos modos y que “la instancia donde podemos escucharle es la conciencia, agrarias del hombre”, el P. Toraño afirma que “la elección del Sumo Pontífice viene del Espíritu Santo cuando está enfocada a la verdad y al bien, desde la conciencia”.
¿Quién toma la decisión? ¿Los cardenales o el Espíritu Santo?
El P. Toraño expone que, de manera análoga a la redacción de las Escrituras “el Espíritu Santo no habla dictando al elector el nombre del que ha de ser votado, pero sí le dará signos que muevan su mente y corazón”.
Por eso, cada cardenal elector que quede dentro de la Capilla Sixtina desde el próximo 7 de mayo para participar en el cónclave debería estar “permanentemente a la escucha de los signos que el Espíritu va a poner, abierto a ir más allá de sus criterios o prejuicios”, continuó el P. Toraño.
En definitiva, “no se trata de una acción directa del Espíritu Santo, sino mediada por el hombre. La acción del Espíritu de Dios y la acción humana concurren, pero no están en el mismo plano”.
En este sentido, el P. Toraño señala que, a pesar de tratarse de planos diversos, debe existir una unidad de acción “similar a la que se dio en el Concilio de Jerusalén”, para que los cardenales puedan, al concluir el cónclave, afirmar como lo hicieron los apóstoles en el siglo I: “Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros” (Hch 15, 28).

El papel de los dones del Espíritu Santo
¿Cómo sucede esa inspiración sobre los purpurados? “Los cardenales electores tienen, como todos los bautizados, los dones del Espíritu Santo y están llamados a dejarse llevar por ellos”, recuerda el P. Toraño.
Por ello, lo usual, es que “el Espíritu ilumine su mente con sus dones y les conceda la certeza moral de quién es el mejor candidato para ser sucesor de Pedro”, siempre y cuando —puntualiza— los cardenales “sean dóciles a su acción”.
Entre los siete dones del Espíritu Santo, el P. Toraño destaca tres de especial relevancia para este cometido: El don de ciencia, para “conocer lo que hay en la mente de Dios y ver la realidad desde sus ojos”; el de entendimiento, “para comprender con su mente humana los designios divinos” y el de consejo, “para discernir conforme a la voluntad de Dios”.
Una opinión similar tiene el sacerdote jesuita español Salvador Pié-Ninot, teólogo y profesor de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma: “El Espíritu comunica su don de la gracia a los cardenales electores, con una función que purifica sus limitaciones humanas”.
“De forma aún más decisiva, el don del Espíritu tiene una función que fortalece todos los mejores valores, cristianos y humanos, que han de ejercer en su elección. Es aquí donde se sitúa el lugar de la necesaria y constante oración por los cardenales electores para que se abran lo más posible al don del Espíritu del Señor, que purifica y fortalece, el cual los asiste e ilumina a cada uno de ellos en el cónclave”, afirma el P. Pié-Ninot en una entrevista con ACI Prensa.
¿Pueden ignorar los cardenales al Espíritu Santo?
Más allá del papel que desempeña el Espíritu Santo en la elección de un nuevo Pontífice y del modo en que se hace presente en ella, el P. Toraño subraya que “los cardenales tienen la gran responsabilidad de decidir el voto con estos dones del Espíritu Santo, pero Dios les ha concedido libertad”, y que deben hacerlo “con conciencia recta y corazón puro, sin determinar su juicio por criterios meramente humanos o ideológicos”.
En consecuencia —concluye— “la conciencia ha de estar en sintonía con la tradición apostólica, la fe y las costumbres de la Iglesia desde sus orígenes, actualizada conforme a las necesidades de la Iglesia y el mundo contemporáneo, pero no amoldada a modas socio-culturales cambiantes o a una ideología determinada”.
También, el P. Pié-Ninot recuerda que la acción del Espíritu Santo está presente “de forma directa y propia” en la vida de la Iglesia que, como expresó el Concilio Vaticano II en la constitución dogmática Lumen gentium, “es una realidad compleja, hecha de un doble elemento, humano y divino”, de ahí que toda ella “es santa, pero a su vez tiene necesidad de purificación”.
El teólogo español expone además que la Tercera Persona de la Santísima Trinidad solo “asiste como causa principal” en los actos centrales de la Iglesia Católica, los sacramentos, “asegurando así su eficacia y verdad”. Aquí, los ministros ordenados actúan “como puros mediadores e instrumentos” ya que la eficacia de estos actos depende directamente del Espíritu Santo.

En el caso del cónclave, los cardenales participan en la elección “como causas humanas segundas y mediadoras, es decir, con directa y propia responsabilidad y libertad sobre sus actos, iluminados siempre por el mismo Espíritu”, añade el P. Pié-Ninot.
El sacerdote jesuita, por último, llama a “orar con constancia” para que el Espíritu Santo en el cónclave “invada el corazón de los cardenales electores” y así puedan “usar mejor de su libertad, de forma recta y responsable, para discernir el mayor bien de la Iglesia en la elección del nuevo Obispo de Roma y sucesor de San Pedro”.
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