En un partido chato, que contó con el regreso de Juanfer Quintero al Monumental, el Millonario y el Ciclón no pasaron del 0-0.
Si en esa última pelota de la noche, después de que Juanfer Quintero frotara la lámpara y le diera un pase a la cabeza de Galoppo, terminaba en gol, River se habría llevado tres puntos para los que no había trabajado demasiado. Orlando Gill, el arquero de San Lorenzo, no dejó que el CARP mantuviera el puntaje perfecto en este Apertura, pero principalmente si el equipo de Marcelo Gallardo interrumpió su crecimiento futbolístico fue por déficits propios: ya sin Salas, lesionado de arranque, River no solo presionó peor al Ciclón sino que todo el conjunto bajó muchísimo la intensidad que le imprimía el ex Racing.
Previsible, con pocas luces, sin desdoblamiento, casi sin patear al arco ni generar situaciones, la salida de Salas cortó ese hechizo por el que River ya no se parecía tanto al River del primer semestre. Volvió efectivamente ese River, el que no tiene la energía necesaria para romper una defensa muy bien parada como la del CASLA de Ayude. El que impuso condiciones, de hecho, fue San Lorenzo: se jugó el partido que quería su entrenador, un partido que ya se vio contra este mismo rival las últimas veces.
Con un esquema demasiado rígido, que le da demasiadas pistas al rival, con referencias de marca muy evidentes especialmente desde que entró un Borja otra vez porfiado, River no tuvo sorpresa y volvió a foja cero. Un cero tan grande como el Monumental. Un cero que fue el que pintó a toda la fecha de este torneo que solo puede mirarse por la pasión: a fin de cuentas, con una inversión millonaria en jugadores y contra rivales quebrados como el propio Ciclón, para River muchas veces el fútbol argentino fue como multiplicar por ese mismo cero, uno que lo arrastra a jugar partidos como el de anoche.
El gol de Enzo Pérez, ese golazo de otra dimensión, además de por el offside de Montiel tal vez haya sido anulado por un orden natural que no iba a permitir que haya emociones en Núñez. Ni siquiera después de ese zurdazo inatajable para Gill el equipo del Muñeco entendió que a lo mejor patear de afuera era una opción cuando los caminos se cierran. No: River lateralizó mucho, tocó demasiado para atrás, con una tenencia fútil que tantas veces se vio en este formato de partidos. Y así, no aprovechó el buen arranque y tampoco termina de aprovechar el mal momento de su rival de toda la vida: algunos hinchas del CARP agradecían, después de la eliminación de Boca contra Atlético Tucumán, que River no jugara al día siguiente. Tal vez, en paralelo, haya algo ahí: los mejores equipos de MG coincidieron con pasajes de Boca muy competitivos, que lo exigían y le subían la vara como se la subió siempre Cristiano Ronaldo a Messi y eso hoy no ocurre. Después de otra derrota de los primos, en el Liberti no hubo fiesta.
Más bien se vio un espectáculo muy aburrido, con un San Lorenzo al que no le sobra otra cosa que disciplina y ganas de plantarse a pelear cada pelota como si fuera la última. La visita jugó un partido inteligente, hizo tiempo cuando tenía que hacerlo, raspó fuerte y quedó en el haber por no exigir a Armani, cuyo arco quedaba demasiado lejos: tampoco, pareció, estaba en los planes llegar hasta allí salvo por algún error de retroceso de River que pudo haber aprovechado.
Fue suficiente para que el equipo de Gallardo quedara bloqueado. La ubicación y la garra de Enzo Pérez, apenas alguna pincelada de Juanfer en su vuelta, las ganas y buenos gestos técnicos de Galarza Fonda en su debut: nada más quedó en limpio de un River que otra vez se vio lento, que sigue apostando por Borja como variante a esta altura del 2025 y por un Pity Martínez que hace rato no es el que fue. Castaño, que casi nunca pisa el área, esta vez tampoco le dio volumen con pases hacia adelante. Y ni Lencina ni Colidio fueron soluciones, demasiado arrinconados contra la banda e incluso tapando a Montiel y Acuña en ataque.
Este River se parece demasiado al que volvió cabizbajo del Mundial de Clubes: sin Salas, sin todo lo que representa el 7, sin esa inyección de hambre que le da, todo se diluye. Y termina así, con otro cero en la pared, otro más para este fútbol argentino que solo por el amor justifica que todos lo sigamos tan atentos.